domingo, 4 de agosto de 2013

Fragmento del Diario de Martín, por Hermann Hesse

No vale la pena contar con las divagaciones a qué me entregaba después en mi fantasía. Pero a medida que he ido avanzando en años y he ido experimentando el vació de las pequeñas satisfacciones que he tenido en la vida, he visto con más claridad dónde tenía que buscar el manantial de las alegrías y de la vida. Llegué al convencimiento de que ser amado no es nada, que amar, sin embargo, lo es todo. Y fui comprendiendo con creciente claridad que es solo nuestro sentimiento y nuestra sensibilidad lo que hace valiosa y grata nuestra existencia. Todo lo que en la tierra podía merecer el hombre de ‘felicidad’ constaba de sensaciones. Nada valía el dinero, nada valía el poder. Había mucha gente que poseía ambas cosas y eran infelices. Nada valía la hermosura, se veían hombres y mujeres hermosos que con toda su hermosura eran infelices. Tampoco la salud tenia gran importancia; la salud de cada uno esta en sus sentimientos, hay enfermos que rebosan alegría de vivir hasta poco antes de expirar. Y hay sanos que se atormentan por el miedo al dolor. Hay, en cambio, felicidad siempre que una persona posee fuertes sentimientos y vive de ellos, no los sofoca ni los reprime, si no que los cuida y los disfruta. La belleza no hace feliz a aquel que la posee si no al que sabe amarla y adorarla. Aparentemente hay gran variedad de sentimientos, pero en el fondo se reduce a uno. Cabe dar el nombre de ‘querer’ a cualquier sentimiento, o cabe dar otro nombre a discreción. El término que yo prefiero es el de amor. La felicidad es amor, nada más. El que es capaz de amar, es feliz. Toda emoción de nuestra alma en la que esta se siente a sí misma y siente su propio vivir, es amor. Feliz es, por tanto, el que tiene capacidad de amar mucho. Pero amar no equivale apetecer o desear. El amor es apetito que ha alcanzado la sabiduría; el amor no quiere poseer nada, solo quiere amar.

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